Desde diferentes ramas del conocimiento, estamos llegando a conclusiones convergentes que nos hacen pensar que es la mente humana la que está evolucionando a un nuevo modelo explicativo de nuestra existencia. A veces estas nuevas teorías nos parecen difíciles de entender y otras veces resuenan en nuestro interior vibrando en una explosión de verdad que parece haber estado ahí siempre.
Desde la Psicología, la Filosofía y la Sociología, que no son más que otras ramas del árbol del conocimiento, se desarrollan nuevas teorías que dejan atrás algunos viejos conceptos que empiezan a quedar obsoletos.
En lo que se refiere a la Psicología, fue el doctor Martin E.P. Seligman el que abrió la puerta a una nueva forma de entender la psicología. En su discurso inaugural como nuevo presidente de la APA en 1998, Seligman reprochaba el excesivo interés de la Psicología hacia la enfermedad y a los problemas, olvidando casi por completo los aspectos positivos del ser humano. La Psicología se había olvidado de sus objetivos originales, que eran:
- Curar las enfermedades mentales
- Hacer que la vida de la gente normal fuera más feliz
- Identificar y cultivar el talento.
Según refirió, fue después de la II Guerra Mundial cuando las dos últimas misiones quedaron olvidadas y se atendió principalmente a curar las enfermedades mentales. (En este momento, al igual que en otras disciplinas, la ciencia se concentró en el estudio del ser humano desde la enfermedad, el problema, la incapacidad. También surgió en este tiempo “la necesidad” de las sociedades de protegerse, dando importancia a los múltiples “peligros” que nos acechaban y al miedo como emoción principal y estrategia de supervivencia).
El discurso presidencial de Seligman quedaba cerrado con la siguiente afirmación: “La psicología no es una mera rama del sistema de salud pública, ni una simple extensión de la medicina: nuestra misión es mucho más grande. Hemos olvidado nuestro objetivo primigenio que es el de hacer mejor la vida de todas las personas, no solo de las enfermas mentales. Llamo a nuestros profesionales y a nuestra ciencia a retomar esta misión original justo ahora que comienza un nuevo siglo”.
Desde ese momento, la Psicología Positiva ha estudiado cómo la creatividad y el crecimiento cognoscitivo surge mejor en estados de felicidad, de relajación, de positividad. Que el ser humano es capaz de alcanzar conclusiones más valiosas en estos estados que bajo presión (no olvidemos que Arquímedes dijo ¡eureka! mientras se daba un baño relajante después de semanas de estudio infructuoso). Ni qué decir tiene que existe un trabajo previo, un esfuerzo, un conocimiento anterior desde el que avanzamos, pero que este trabajo se aprovecha mejor si estamos en un estado de Flow o Fluidez, como también explica este modelo positivo, que es ese estado en el cual nos ponemos a trabajar y estamos tan inmersos/as en la tarea que parece que el tiempo se para.
Pero este cambio de foco no debe entenderse como una visión ingenua e inconsciente del sufrimiento, sino que nos habla más bien de no bloquearnos en el peligro y en el miedo, de utilizarlo como una llamada de atención para ponernos en acción y crecer mejor. De reconciliarnos con nosotros/as mismos/as, y por ende, con los/as demás, de conocer mejor cuáles son nuestros valores y nuestros talentos y fomentarlos.
Porque cuanto más pensemos en el miedo y más le demos vueltas, más grande se hace en nuestro interior, y más probable es que nuestra acción quede paralizada.
Por eso un lenguaje positivo no contempla estar en contra de nada, sino a favor de. Por eso es más efectivo visualizar tus metas y visualizarte a ti alcanzándolas que visualizarte fracasando, como solemos hacer sin querer, o cargándonos de emociones negativas porque consideramos erróneo algún paso en nuestro camino o el de las demás personas.
Irene Mollá Balañac
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