Enfadarse no tiene nada de malo, en muchas ocasiones es muy útil. Nos comunica que nuestros límites personales han sido traspasados sin nuestro permiso y/o de
una forma que no nos gusta. Además, nos ayuda a afrontar dicha intromisión con fortaleza. El problema con el enfado es utilizarlo en exceso y que, si no tenemos cuidado, puede aumentar su intensidad
hasta convertirse en formas muy contraproducentes del
enojo, como son la ira y la rabia, que desvirtúan el verdadero mensaje del
enfado.
La ira empieza cuando nuestro pensamiento se trastorna y se vuelve irracional. Hay algunas fórmulas de pensamiento inadecuado que producen ira y rabia casi automáticamente. La rabia, a su vez, produce más pensamientos tóxicos y de esta forma nos secuestra una de las emociones con mayor poder de parasitar nuestro sistema emocional y provocar un sufrimiento más intenso y continuo. Una vez que se instalan el descontrol de nuestro comportamiento es cuestión de tiempo.
Algunas formas de pensamiento irracional que nos hace sentir ira y oscurecen nuestra inteligencia emocional son:
- La creencia de tener derecho: por supuesto que tenemos nuestros derechos, el problema es cuando empezamos a pensar en exceso en lo injusto que es una situación en la que se nos ha negado algo que merecemos. Se basa en la idea irracional de que si quiero algo muchísimo debo de tenerlo. Podemos afrontarlo con estos pensamientos:
Yo soy libre de querer, pero la otra persona es libre de decir que no.
Yo tengo mis límites y tú tienes los tuyos.
Tengo derecho a decir que no y tú también lo tiene.
Mis deseos no te obligan a satisfacerlos.
- La creencia de la injusticia: se basa en la idea de que existe una forma de comportarse correcta y
que todos deberíamos conocerla y aplicarla. A veces, confundimos nuestros deseos con la justicia y nos frustramos cuando nos damos cuenta de que la vida no se rige por las reglas de la
justicia. En este caso, necesitamos ajustar nuestras expectativas hacia los demás y respecto de la
vida, ya que lo que ocurre con frecuencia es que nuestros intereses chocan con los de los demás; luego deberemos aprender a negociar.
-Pensar en extremos:
- Una persona es buena o mala, justa o injusta.
- Nunca ves algo bueno en mi.
- Esto es horrible, horroroso.
Son formas de pensar que no admiten puntos intermedios y que nos incitan al enfrentamiento con los demás. Veamos cada situación en su justa medida, ya que no suele ser blanca o negra sino de un montón de colores que hay en medio.
- Leer el pensamiento: Aunque adivinar las intenciones de los demás no es una tarea sencilla, a veces creemos saber lo que piensa la gente sin necesidad de que nos lo digan ni de confirmarlo verbalmente. Seguro que lo ha hecho porque le caigo mal es un pensamiento que ejemplifica este hábito contrario a la paz mental y relacional.
- Pensar que liberar la ira es bueno: Es necesario y sano expresar el enfado, poner límites a los demás y pedir lo que deseamos de forma asertiva. El problema con la ira es que no entiende de expresiones correctas, ni de negociación, ni de empatía; solo habla el lenguaje del enconamiento y del enfrentamiento. Además expresar ira produce el efecto contrario, como el que hecha gasolina a un incendio, destrozando las relaciones.
No podemos pedirnos pensar siempre de forma racional y adecuada ya que somos humanos y eso implica cierto nivel de pensamiento irracional, que a veces puede sernos hasta útil. En la mayoría de los casos expresar ira y rabia, en vez de molestia o enfado, nos va a llevar a destruir las relaciones con los demás y a alcanzar altas cotas de sufrimiento interno. En una sociedad en el que muchas veces se posterga la colaboración en detrimento de la competitividad debemos plantearnos qué imagen queremos dar de nosotros mismos y nuestros valores.
La ira es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte. Séneca
Por Jesús Mendieta Martínez
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