A veces, cuando surgen pensamientos molestos, sentimientos incómodos, o recuerdos dolorosos desperdiciamos una gran cantidad de energía en intentar que desaparezcan, sin darnos cuenta de que, en ocasiones, pagamos un precio muy elevado para lograrlo. Si intentamos bloquear la aparición de determinados pensamientos con demasiado ahínco, podemos caer en la trampa de mantenernos constantemente preocupados por su aparición, prestarles mayor atención en el caso de que apareciesen y darles más importancia de la debida, lo que dificulta que desaparezcan. Al final uno, en estas circunstancias, acaba consiguiendo lo que teme.
Para intentar dejar de sentir lo que no queremos, para escapar del malestar emocional podemos llegar a tomar decisiones que limiten mucho nuestra vida. Fijarnos demasiado en las emociones negativas, puede hacer que dejemos de ser como queremos y no conduzcamos nuestra existencia por caminos libremente elegidos. Y tenemos libertad para elegir cuando somos honestos con nuestros sentimientos y nuestras verdaderas necesidades.
Evitar, como distraerse, produce un alivio momentáneo de la sensación de estrés y de las emociones que lo acompañan. Pero no es lo mismo distraerse o evadirse un rato de los problemas que evitarlos. Intentar evitar repetidamente pensamientos, emociones o situaciones difíciles aumenta el riesgo de que la vida de esa persona se condicione a huir compulsivamente y a veces de manera peligrosa para la salud, de los problemas y a no afrontarlos, y se preste poca atención a otros aspectos del bienestar humano como los valores, las relaciones o los logros. Realmente, sólo podemos controlar nuestros actos.
Con esta metáfora, que se llama El conductor de autobús y los pasajeros, se entiende mucho mejor lo que pretendemos explicar:
EL CONDUCTOR DE AUTOBÚS Y LOS PASAJEROS
Es como si hubiera un autobús con muchos pasajeros en el que tú conduces. Los pasajeros son pensamientos, sentimientos, recuerdos y todas esas cosas que cada uno de nosotros tiene por su propia vida. Es un autobús con una única puerta y sólo de entrada. Algunos de los pasajeros son temibles, con aspecto amenazador, y llevan cadenas, bates de beisbol y navajas.
Un día, mientras conduces, estos pasajeros comienzan a amenazarte, diciéndote lo que tienes que hacer, dónde tienes que ir: te dicen que tienes que girar a la derecha, luego girar a la izquierda, etc. Para conseguir que hagas lo que ellos te piden, te amenazan. La amenaza que te han hecho es que si no haces lo que ellos te dicen, van a situarse a tu lado y no se quedarán al fondo del autobús, que es donde tú quieres que ellos estén para que no te molesten. Es como si hubieras establecido el siguiente trato con estos pasajeros: «Vosotros os sentáis en el fondo del autobús y os agacháis de tal manera que yo no pueda veros con demasiada frecuencia, y entonces yo haré lo que digáis, todo lo que digáis».
Ahora bien, qué pasa si un día te cansas del trato y dices: ¡No me gusta esto! ¡Voy a echar a esa gente fuera del autobús! Con esa idea, paras el vehículo y te vuelves para enfrentarte con los pasajeros que te amenazan y molestan. Entonces, te das cuenta de que la primera cosa que has hecho es parar. Así que ahora tú no estás yendo a ninguna parte, tan sólo estás enfrentándote con esos pasajeros. Y, además, ellos son realmente fuertes, no se han planteado abandonar. Forcejeas con ellos, pero no sirve de mucho. Por lo tanto, de momento vuelves a tu asiento y para tratar de aplacarlos y conseguir que se sienten otra vez en el fondo, donde no puedas verlos, tú diriges el autobús por donde ellos mandan.
El problema con esta actitud es que, a cambio de que se calmen y de no verlos, haces lo que te ordenen, y cada vez lo haces antes, pensando en sacarlos así de tu vida. Muy pronto, y casi sin darte cuenta, ellos ni siquiera tienen que decirte «gira a la izquierda», sino que te das cuenta de que tan pronto como te acerques a un giro a la izquierda los pasajeros van a echarse sobre ti, como no gires a la izquierda. Sin tardar mucho, justificas la situación lo suficiente de modo que casi crees que ellos no están en el autobús y te convences de que estás llevando el autobús por la única dirección posible. Te dices simplemente que la izquierda es en realidad la única dirección en la que uno puede girar. Entonces, cada vez que aparecen, lo hacen con el poder añadido de todos los enfrentamientos que has tenido con ellos en el pasado.
Ahora bien, el truco acerca de toda esta historia es el siguiente: el poder que estos pasajeros tienen sobre ti está basado en un cien por cien en que funcionan diciéndote algo así: «Si no haces lo que te decimos, apareceremos y haremos que nos mires». Eso es todo lo que pueden hacer. Es verdad que cuando ellos se manifiestan, parece como si pudieran hacer mucho daño: tienen navajas, cadenas, etc. Parece como si pudieran destruirte... Así las cosas, tú aceptas el trato y haces lo que ellos dicen para calmarlos, para que se vayan al final del autobús donde no los puedas ver.
Cada uno de nosotros tiene el control de su autobús, pero a veces depositamos ese control en esos tratos secretos con los pasajeros. En otras palabras, ¡intentando mantener el control de los pasajeros, en realidad puedes perder la dirección del autobús! Aunque algunos de los pasajeros afirman que pueden destrozarte si no giras, ellos nunca han sido capaces de hacer eso sin tu cooperación. Ellos no giran el volante, ni manejan el acelerador ni el freno. Tú conduces el autobús.
A veces, intentado mantener el control de lo que pasa en nuestra vida dejamos de ser conscientes de hacia dónde nos dirigimos. ¿Vas por donde quieres en tu vida?. ¿Qué camino quieres tomar?. ¿Hacia dónde quieres ir?. ¿Qué estilo y forma de ser concuerda con tus valores?. Sólo tú tienes la respuesta.
Metáfora tomada de:
- Terapia de Aceptación y Compromiso. Un tratamiento conductual orientado a los valores. Wilson, Kelly G., Luciano Soriano, M. Carmen. 2007. Ed. Pirámide.
Jesús Mendieta Martínez
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